René Aguilar | todotexcoco.com

Galatea en el Feis


"Chicharito, chamaco según eso muy bueno que juega en Inglaterra, pero la verdad nunca he visto uno de sus partidos".

Galatea en el Feis
Junio 13, 2014 21:36 hrs.
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René Aguilar › todotexcoco.com

A ella le gusta el fútbol. A mí me gustaba ella. Es decir, me gustaban sus fotos.

Porque si algo también le fascina es subir sus fotos al Feisbuk. Un montón de fotos. Y no crean que selfis de esas de paseos por Chapultepec o tomando chelas con sus cuates, ni siquiera del equipo de fut donde juega. No. Sus fotos son de esas que les dicen sexys: aunque el término se queda corto. No son procaces si es que está pensando en eso.

En la primera que vi, me acuerdo, estaba ataviada con la camiseta de la Selección Nacional: “la verde” le dicen (a mí siempre me pareció una frase alburera eso de “ponte la verde”): una verde especial ombliguera y jeans a la cadera por supuesto. Me fui embelesando con ella por partes. Sus partes quiero decir: primero me enamoré de su ombligo.

Fue ella la que envió “solicitud de amistad”. ¿Por qué?, no lo sé; no la conocía y no la he conocido hasta ahora. Simplemente la acepté sin preguntarme quien era y sin importarme tampoco. Ya saben, una centena o más de “amigos en común”: Galatea es su nickname (la forma chick de decir apodo, creo). El caso es que sí, resultó toda una escultura, como la Galatea de Ovidio.

Poco a poco empecé a reparar en sus fotos: una con camiseta del Cruz Azul y un short muy… short. De verdad muy corto: en realidad no se veía nada pero insinuaba todo. Me atreví a poner un comentario, más bien un plagio de un poema de José María Álvarez. Con iconos, caritas sonrientes, dijo que estaba fascinada. O eso quise entender. Después, en la foto donde tenía puesta La Verde escribí como comentario esa parte de los Cantares: “…Tu ombligo como un recipiente al que no le falta bebida… tu vientre como montón de trigo rodeado de lirios…” Y entrado en gastos, congraciándome, según yo, con su gusto por el fut, puse de mi cosecha: “Tus dos pechos como goles de Hugo Sánchez, de esos de chilena…”. Otra vez cero comentarios; solamente un “ja-ja-ja”. Con lo que me fastidian las onomatopeyas en las conversaciones. Nunca supe si se reía por mi ocurrencia de parafrasear al rey Salomón o por si le parecía ridículo mencionar a un ídolo demodé como Hugo Sánchez, Lo nombré a él porque es el único futbolista que más o menos ubico; en la actualidad existe uno llamado Chicharito, chamaco según eso muy bueno que juega en Inglaterra, pero la verdad nunca he visto uno de sus partidos.

El fútbol me es indiferente, para decirlo de modo aséptico. En estricto sentido, me vale absolutamente pito. Y eso que en la infancia había jugado en el equipo de mi salón de la primaria, con tachones, uniforme y en cancha reglamentaria, pero pronto dejó de interesarme. Nunca he entendido la pasión que despierta, me llama la atención pero me siento un extraterrestre cuando a mi alrededor la gente (en abrumadora mayoría los machines) no hace otra cosa que comentar el partido dominical o el torneo X. No sé ni entiendo cuándo son los partidos de campeonato ni me interesa. Tampoco tengo televisión. Sólo celebro, a la distancia y ocasionalmente, alguna frase ingeniosa que zanja una discusión: el anti-americanista despotrica y el americanista responde “Uh, manito, eso sólo refleja que eres un americanista de closet. Ya supéralo y acéptalo. Ya sal del closet”.

“Me fui interesando” en el fútbol con tal de estar en el círculo de amigos de Galatea. Sus fotos eran cada vez más sugerentes, más provocativas. O eso me parecía a mí. Por ejemplo se retrató de espaldas vistiendo solamente unas medias deportivas y una minúscula pantaleta, que remarcaba la espléndida e insolente redondez de sus nalgas, con la leyenda “Azul es mi corazón”. Yo estaba encandilado. Me había enamorado ya de sus piernas largas, torneadas… interminables, que además hacían juego con su cara angelical de ojos como platos llenos de chispa y unos labios carnosos “como fruta en movimiento”.

Cada foto yo la “comentaba” con poemas de Lizalde o Cavafis, no por el prurito mamón de hacerme el interesante, sino porque era incapaz de encontrar palabras para decirle todo lo que me gustaba, para que se enterara que estaba enamorado de su esfinge, de su silueta, de sus imaginadas humedades. De que su nombre era algo más que una casualidad; de que yo estaba haciendo con ella una especie de estatua de bytes u holograma. Un día intenté, por inbox, un piropo menos culterano: “Ton’s que mami, ¿cuándo tiramos ese penalti?”. No hubo una respuesta especial. No supe si le pareció algo vulgar o simplemente no lo entendió. “Ese es un gran pedo de las redes sociales”, me dije, que ahí no tenemos una conversación real: no ves a los ojos a tu interlocutor; no sabes que está pensando. De alguna manera no existe.

Por lo demás las respuestas eran predecibles: caritas sonrientes, pulgares azules hacia arriba. En algún momento me asaltó la duda: ¿esta chava no puede articular una frase completa… o a lo mejor es retrasada mental? Esas cuestiones se empezaron a despejar cuando llegó a las redes sociales la polémica por el Mundial de Brasil.

Protestas, madrazos y más protestas. Gran parte de la población carioca no está de acuerdo con el torneo mundial de fútbol. “Queremos comida no balón” es una frase que adorna muros en las callejuelas de los barrios más jodidos de Río de Janeiro. Claro que también hay que tener cuidado con las fotos de “masacres” en las favelas —el equivalente a las casas de cartón de ciertos grupos de paracaidistas en México—: Las conocidas virtudes del Photoshop hacen que uno desconfíe de ciertas “noticias”.

Entonces, Galatea emergió como defensora a ultranza del fútbol y del torneo. Por supuesto defendía a la Selección Nacional de un alud de detractores. Empezó a “escribir” comentarios: “pinches nakos eskicitos… No saven nada del deporte del ombre”… y así por el estilo, usaba la k a la menor provocación, con la B por V y viceversa, ausencia absoluta de tildes. Mi Galatea digital, como en la historia de Ovidio, se convirtió en real, pero al revés. Se desdibujó. Soy un Pigmalión fallido.

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