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Cuentos chinos


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Cuentos chinos
Junio 19, 2014 10:39 hrs.
Periodismo ›
Carlos Ferreyra/ › todotexcoco.com

Admirable la habilidad de los asiáticos para copiar, casi hasta la perfección, toda suerte de artículos industriales pasando por ciertos productos medicinales o alimenticios. Claro, bebidas incluidas.

En recientes programas de la televisión británica se hizo un recuento de los automóviles que los chinos ha duplicado ante la indignación y las demandas, perdidas, de los fabricantes originales.

Así, con un detalle distinto para defender ante tribunales su “originalidad”, los chinos están fabricando ciertos modelos de BMW, un Rolls Royce, Smart y algunas marcas más en las que se acercan bastante a los vehículos de patente, aunque la calidad siempre será discutible tratándose de manufacturas chinas.

En otras zonas de Asia se iniciaron también con copias muy cercanas a los originales pero finalmente crearon sus propias marcas y así, por ejemplo, Toyota, japonesa, es la mayor competidora mundial de las manufacturas estadunidenses, que han tenido inclusive que asociarse o comprar patentes para los autos pequeños, especialidad, por cierto, de los coreanos.

Y va de cuento. Asistí con el entonces senador Alfonso Martínez Domínguez en Londres al centenario de la Unión Interparlamentaria, la agrupación de ese tipo más grande y antigua del mundo. Concurrieron al festejo, que fue muy agradable, sobrio, pero con grandes programas artísticos, teatro, baile, música, más de 120 representantes de igual número de naciones.

Durante uno de los pocos lapsos para disfrute individual de los delegados, con el senador Martínez Domínguez decidimos visitar uno de esos clubes en los que no se permite el ingreso a mujeres, donde sólo se puede asistir por la calidad de socio o, como nuestro caso, por invitación.

Efectivamente se trataba de un club, Monninghams o algo parecido, situado en un templo del siglo XIII en pleno centro de la ciudad. Una construcción magnífica pero con la limpieza arquitectónica a la que no estamos acostumbrados, sin un adorno, sin imágenes obviamente y sólo en lugar del coro, sillones de cuero separados por una lámpara y un canasto con periódicos y revistas.

Allí, como se ve en las películas, llegan los miembros del club, con un escueto saludo se sientan en su lugar y no vuelven a cruzar palabras sino hasta que se despiden con otro lacónico gruñido. En el ínterin se chuparon media docena de güisquis.

El senador no bebía, entiendo que nunca en su vida lo acostumbró, así que muy forzado pidió un escocés con un poco de hielo. A mí se me ocurrió. Como he relatado antes, solicitar una bebida de importación. Martínez Domínguez me sugirió que pidiera lo mismo que él. No, dije importado, aquí eso es local, repliqué.

Pedí una cerveza Corona y un tequila blanco. Ambos me fueron servidos sin dilación porque allí nos enteramos que es una de las combinaciones predilectas o de moda en ese entonces.

Nada más por jorobar, porque no me gusta ni la cerveza ni el tequila, pero bueno, quería saber hasta dónde estaba llegando nuestra penetración de mercados. Haciendo cierto teatro, ya que se supo que éramos mexicanos e íbamos a tomar tequila, me coloqué un poco de sal en el dorso de la mano izquierda, con la derecha tomé la copa a la que dí un trago mientras apresuradamente lamía la sal y chupaba un trozo de limón.

Creo que lo hice bien. El caso de que al final y antes de pasar a la mesa, le pedí a la persona que nos atendía que me dejara ver la botella de tequila para saber la marca. Preguntó la razón, le dije que olía a tequila, sin duda, pero sabía a sake, el aguardiente de arroz que acostumbran los japoneses. No me falló, el tequila era japonés.

Había escuchado que los nipos estaban comprando miles de matas de agave tequilana o agave azul, igual que adquirían nopales para la resiembra en su país. En esas mismas fechas México reclamó los derechos de la denominación de origen sobre el tequila, lo que se logró sin problemas y los japoneses, hasta lo sabido, lo han respetado.

El anuncio del lunes de que se venderá millones de litros de tequila a los chinos, debe ponerle un candadito a los productores. Los chinos no respetan absolutamente nada: lo que camine, corra o vuele por territorio chino, se lo apropian. Y como el negocio del tequila es creciente, ya estarán viendo la manera de ahogarnos con su beberecua falsificada. Y contrabandeada y etiquetada con marcas nacionales. Ya lo veremos…

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